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La repoblación forestal. Los pinos

Actualizado: 29 jul

Mayo 2025


En las décadas 50-60 del pasado Siglo XX en plena posguerra donde las necesidades eran muchas y los recursos pocos, el gobierno de entonces a través del Patrimonio Forestal del Estado, promovió la repoblación forestal de los montes comunes con objeto de que las gentes de los pueblos tuvieran trabajo porque entonces no existía el paro ni subvenciones.

Los bosques de la Sierra de Guara

Esto también llegó a nuestra tierra. En Colungo repoblaron de pinos la sierra de La Cunarda. El guardia forestal era Ramon López, llevaba en la brigada personas de Colungo, Asque, Suelves y Bárcabo. En Radiquero la repoblación (a la que siempre llamábamos “los pinos”) se inició con la llegada del guardia forestal Florentino Becerril natural de Jarque del Moncayo (Zaragoza). Se empezó por El Tito, cada uno se tenía que llevar su propia herramienta, una pica y una jada, la jornada era de 8 horas y casi dos horas de ir y lo mismo de volver, andando por supuesto.

pico y jada (pala) utilizados en los trabajos de repoblación

El trabajo era a jornal seco que quiere decir que cada uno llevaba su propia comida. Entre otros del pueblo fueron mi padre y mi hermano. El jornal era 25 pesetas al día (5 duros, ahora serian 16 céntimos de euro). Esto era una pequeña ayuda para la economía familiar que sumada a los recursos que teníamos en nuestras casas nos permitía la subsistencia sin llegar a pasar hambre, y esto era general en casi todas las casas del pueblo.

Después de la repoblación del Tito se empezó a hacer la pista de San Pelegrín a base de muchos trabajadores con picos y palas, no habían llegado todavía las excavadoras ni ningún tipo de máquina. Los agujeros para las voladuras de la piedra los hacían dos hombres “los barreneros”, uno sentado en el suelo y entre las piernas apuntando una barrena de acero muy larga hacia el agujero, el otro de pie levantando una y otra vez la barrena dejándola caer de golpe al mismo tiempo que la hacía girar. Así a base de golpes y golpes se iba perforando la piedra, se podían pasar muchas horas para terminar el agujero. Cuando había ya muchos agujeros ponían los cartuchos de dinamita y procedían a su voladura todos a la vez, avisando para que no hubiera nadie en las inmediaciones.

Cruceta de San Pelegrin a la entrada del pueblo. Guara

Cuando la obra fue avanzando hacia San Pelegrín y el primer vehículo iba a llegar, los vecinos estaban expectantes y cuando este asomó por la cruceta prorrumpieron emocionados en aplausos con lágrimas en los ojos y gritos de ¡Viva España, tira palante! Indudablemente era un día histórico para las siete familias que vivían allí. Un tiempo antes también se había llevado a cabo el tendido de luz eléctrica. Lamentablemente pocos años después la mayoría de ellos abandonaron todo en busca de una posible vida mejor, dejando atrás todos los esfuerzos que habían hecho para arreglar sus casas teniendo que subir los materiales a lomos de caballerías. Les tuvo que resultar muy duro.

Mesón de Sebil en la Sierra de Guara

Posteriormente la pista se fue alargando hasta llegar al mesón de Sebil y cuando ya se podía llegar con vehículos empezó la repoblación de esta parte de la sierra. Aquí ya participé yo. Desde los 15 a los 18 años hice de pinche porque no tenía la edad para picar, me pagaban a 8 pesetas la hora (64 al día ahora serian 40 céntimos de euro) los que picaban cobraban 100 pesetas (ahora 60 céntimos de euro). Nos subían con el camión de Manolo Pardina de Alquezar, recogía personal en Alberuela, Adahuesca, Alquezar, Radiquero y San Pelegrín. Cada 15 días venía con una moto al tajo el pagador, Teófilo, no era obligatorio ir todos los días, el capataz Mariano que era de Adahuesca había anotado previamente los jornales de cada uno y nos pagaban en efectivo. Mi trabajo era muy variado, lo primero al llegar encender una hoguera para cocer la comida a lo largo de la mañana a aquellos que llevaban un puchero, solían llevar unas patatas con una pizca de carne, tocino o longaniza, los que llevaban ciembrera solo calentarla un poco antes de la comida. Tenía que estar pendiente de que nunca faltara agua en el buyol que era como un pequeño tonel de madera con una cánula que hacía las veces de boteja, cuando alguno de los que picaban quería beber decía en voz alta “pinche agua” y yo le acercaba el buyol para que no se tuviera que desplazar, y lo mismo si algún otro lo pedía. El agua la iba a buscar a alguna de las fuentes más próximas al tajo, la de Pallas, el Arto, la Toba, la Melsadera, la Teja o incluso a algún barranco porque allí el agua era buena. Como a veces me tenía que introducir por el bosque, la primera vez iba tirando al suelo rametas de bucho para volver por el mismo camino y no perderme.

buyol (pequeño tonel) utilizado para almacenar el agua

Otra de mis funciones era repartir la planta del pino por los agujeros que iban haciendo los picadores. Anteriormente habían traído con un camión en unas espuertas grandes las plantas, se hacía una especie de huerto próximo al tajo y yo con una espuerta a cuestas iba llevando la planta según necesidades. Recuerdo una vez el día de Jueves Santo que se trabajaba solo por la mañana, el capataz me mando a buscar planta a primera hora, era un día soleado, pero hacía aire y mucho frio hasta el punto que cuando llegue al tajo estaba congelado, me tuvieron que encender una hoguera para que entrara en calor. Plantar un pino también tenía su técnica, había que apedecar (apretar muy bien la tierra contra la raíz) el capataz pasaba a comprobar si estaban bien plantados, tiraba de las hojas con la mano y si se arrancaba el que lo había plantado tenía que volver a hacerlo.

los esplendidos bosques de la sierra de Guara

Como anécdota puedo contar que cuando el capataz tocaba el pito para plegar, alguno si en ese momento tenía la pica arriba la dejaba caer hacia la espalda, ni siquiera para adelante. También trabajaba un hombre, al que llamábamos Fortuna, había estado de pastor en Suelves vivía entre Radiquero en la caseta los pobres y el mesón de Sebil, tenía un burro y un perro, una tarde su perro se me comió el pan que me guardaba para merendar y algunos compañeros me dieron del suyo. La merienda la hacíamos ya en el camión de regreso a casa, la mayoría de las veces una tajada de pan con una porción de chocolate o un diente de ajo crudo que mezclado con el pan sabía a gloria.

Terminó la repoblación forestal y mucha de aquella gente siguió trabajando en las obras de construcción del santuario de Torreciudad y el canal del Cinca. Cuando esto estaba finalizando la gente empezó a preguntarse qué harían después ya que no había trabajos a la vista. Uno de aquellos que tenía fama de no muy buen trabajador les decía a sus compañeros “ahora no os quejéis, si hubierais picau todos como yo padías hubiera habido canal”.

canal del Cinca en Peraltilla, Somontano

Hasta aquí la vida en estos pueblos se iba desarrollando con normalidad, pero al acabar todo esto y no haber perspectivas de trabajo se inició el fenómeno de la emigración porque había que comer. Muchas familias especialmente con niños fueron abandonando sus tierras, sus casas y a cerrar las puertas en busca de una vida con más oportunidades dejando atrás todo lo que sus antepasados habían construido. Decisiones duras para todos, pero especialmente para los niños que dejaban su pueblo, su escuela, sus maestros, sus juegos, sus compañeros, sus amigos y tienen que incorporarse a una ciudad donde no conocen nada ni a nadie, una nueva escuela, nuevos maestros, nuevos compañeros y en algunos casos la dificultad de tener que adaptarse a otro idioma.

familia subiendo al autobus para ir a la ciudad

Pero igual de triste era para los que quedaban en el pueblo empezando por los sentimientos de los niños que veían como sus compañeros se iban marchando poco a poco y cada vez eran menos en la escuela hasta el punto de llegar a desaparecer. Lo mismo ocurría con los mayores al comprobar que cada vez se cerraban más puertas y quedaban menos vecinos. Como consecuencia de todo esto lo malo era que al disminuir la población también disminuían o desaparecían algunos servicios y la calidad de vida ya no era la misma. En Radiquero llegamos a tener antes de todo esto, médico y practicante, (compartido con Alquezar), maestro, dos tiendas, dos carnicerías, estanco, barbero, pregonero, zapatero, cartero, herrería, matachines, servicio de taxi, panadería, torno de aceite, molino de piensos, destilación del espigol, autos de línea a Huesca y Barbastro todos los días, el cura hacia misa todos los domingos y sonaba la campana, porque aparte de su misión pastoral también cumplía una labor social y de eso sabemos mucho los de Radiquero.

Ciertamente siempre había existido la emigración, pero no tan traumática como la que estamos refiriendo, porque no se cerraban las casas. En las familias solía haber muchos hijos y lógicamente no daba para todos. Se quedaba un heredero normalmente el mayor, pero podía ser otro, así se aseguraba la continuidad de la casa y era el que se ocupaba de cuidar a los padres y abuelos mientras vivieran. El resto a buscarse la vida, si podían los padres te daban algo, pero generalmente muy poco porque no había. Dolía tener que irte de casa, yo fui un emigrante más y al principio lo pasé mal hasta que me fui adaptando, pero la casa no se cerró.

la maleta que contenìa las pertenencias del emigrante

Se consideraba tan importante la continuidad de la casa que en algunos casos había dos matrimonios conviviendo, el heredero y otro que lo llamaban a sobre bienes, era como una especie de reserva por si el primero pudiera tener problemas de salud, incapacidad laboral, fallecimiento o incluso falta de hijos. Así la casa seguiría adelante.

Parte del problema de la emigración posiblemente se podría haber evitado si los gobiernos de aquellas épocas hubieran facilitado la implantación de fábricas, industrias y centros de trabajo en ciudades pequeñas y cabeceras de comarca para fijar la población de los pueblos cercanos en lugar de llevar todo a las grandes ciudades, porque a nadie nos gustaba abandonar nuestras raíces.

Ahora no tenemos más remedio que aceptar lo que hay, no sabemos lo que se puede llegar a ver, porque ha evolucionado más el mundo en los últimos 70 años que antes en 500 y como dijo un señor de Radiquero hace muchos años “por lo único que me jode morirme es porque no voy a poder ver como termina todo esto”.


jada: azada

ciembrera: fiambrera

boteja: botijo

rametas: ramitas

bucho: boj


Algunas fotos son de archivo y no se corresponden con el sitio o el momento



2 comentarios

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Anna
23 may
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Magnífico relato, conviene que lo lean los jóvenes, que piensan y creen que siempre se ha vivido como ahora. Estos testimonios son fundamentales para conservar la memoria

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Invitado
18 may

Entonces si Era dura la vida

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