Iberos en el Somontano. Los señores de los cerros
- T. Delàs
- 28 nov
- 7 Min. de lectura
Noviembre 2025
Cuando paseamos hoy por los campos del Somontano, cuesta imaginar que estas mismas lomas, barrancos y cerros fueron ya hogar de gentes mucho antes de que existieran Barbastro, Alquézar o los castillos medievales que coronan nuestras alturas.

Y sin embargo, bajo la tierra que pisamos, en los pliegues del Vero, del Alcanadre o del Isuela, hay una historia antigua que comienza miles de años atrás.Una historia de pequeños poblados, de cerámicas oscuras, de metales recién aprendidos y de un pueblo, los ilergetes, que acabaría dejando una huella profunda en esta tierra.
Los iberos constituían un conjunto de pueblos que habitaban la franja oriental y meridional de la península ibérica. No eran una nación unificada, sino una constelación de tribus con rasgos culturales compartidos pero con identidades propias: ilergetes, sedetanos, suessetanos, edetanos, layetanos y muchos otros.
Surgieron de la evolución de las poblaciones autóctonas de la Edad del Bronce y principios de la Edad del Hierro, recibiendo una fuerte influencia de los contactos comerciales con culturas avanzadas como los fenicios y, sobre todo, los griegos, que no solo trajeron nuevas tecnologías, como el torno de alfarero o la escritura, sino también un impulso organizativo que llevó a la formación de complejas estructuras sociales.
En el Somontano, los ilergetes fueron los protagonistas principales. Controlaban las tierras situadas entre Iltirta (Lérida) y Bolskan (Huesca), ocupando las fértiles cuencas del Cinca y el Alcanadre. Compartían el territorio con los suessetanos al oeste y los sedetanos más al sur, en torno al valle medio del Ebro.
Vestigios, los rastros de los iberos.
Podemos encontrar sus vestigios en yacimientos arqueológicos como la Codera en Alcolea de Cinca que conserva restos que abarcan desde la Edad del Bronce hasta la época ibérica. La Vispesa en Tamarite de Litera y el Pilaret de Santa Quiteria en Fraga son yacimientos visitables que permiten comprender mejor cómo vivían los ilergetes.

El Museo de Huesca alberga una importante colección de objetos incluyendo cerámicas, armas, herramientas y monedas ibéricas. Ocasionalmente aparecen estructuras, cerámicas y otros materiales en excavaciones urbanas en Huesca y otras localidades del Somontano.
Algunos nombres de lugar conservan raíces ibéricas, manteniendo viva la memoria de aquellos antiguos pobladores que dieron forma al territorio.
Más allá de los vestigios materiales, su legado es cultural, los íberos fueron los primeros pobladores organizados del Somontano, los que trazaron los caminos, organizaron las tierras y establecieron la base sobre la que más tarde crecieron romanos, visigodos y medievales.
Los oppida, guardianes del paisaje
Los iberos del Somontano organizaron su territorio siguiendo un patrón característico: los oppida, poblados fortificados construidos sobre cerros que dominaban visualmente el paisaje circundante. Estos asentamientos defensivos no eran meras aldeas, sino complejas estructuras urbanas rodeadas por murallas de piedra y adobe, reforzadas con torres de vigilancia que permitían controlar los accesos y avistar posibles amenazas.

El caso más emblemático es Bolskan, la actual Huesca, que se convirtió en la principal ciudad ilergete de la región. Su importancia queda patente en el hecho de que entre los siglos II y I a.C., Bolskan fue la ceca que más moneda emitió de toda Hispania, acuñando denarios de plata y bronce que circularon por todo el Mediterráneo.
Además de los grandes oppida, existían pequeños asentamientos, dedicados principalmente a actividades agrícolas y ganaderas. La arquitectura doméstica consistía en viviendas de planta rectangular o circular, con muros de piedra y adobe, techumbres vegetales y suelos de tierra apisonada. Las casas se organizaban en calles relativamente ordenadas, mostrando un cierto grado de planificación urbanística.
El eje de la subsistencia. Actividades principales

Agricultura
La economía de los ilergetes era diversificada y próspera. La base fundamental residía en la agricultura cerealística, cultivaban trigo, cebada, centeno, mijo y avena, que almacenaban en grandes silos excavados en el suelo, sellados con capas de barro y piedras para preservar el grano. La vid y el olivo, aunque presentes, no alcanzarían su máximo desarrollo hasta la época romana.
Ganadería
La ganadería desempeñaba un papel complementario pero importante. Criaban bóvidos, cabras, ovejas y caballos. Estos últimos eran especialmente valorados, los caballos ibéricos gozaban de gran fama en todo el Mediterráneo por su resistencia, velocidad y capacidad para adaptarse al terreno montañoso.

Metalurgia
El dominio del hierro fue una ventaja tecnológica. Producían herramientas agrícolas más eficientes, arados, azadas y, crucialmente, armas de alta calidad, como la famosa falcata, una espada curva de filo único.
La industria textil, basada en la lana y el lino, producía vestimentas de diferentes calidades.
Comercio
Bolskan y otras ciudades ilergetes mantenían intensas relaciones comerciales con griegos, fenicios y posteriormente con cartagineses y romanos, exportando cereales, lana, caballos y metales, e importando productos manufacturados, vino y aceite de otras regiones del Mediterráneo.
Mundo espiritual
El mundo espiritual de los iberos era complejo y está envuelto en cierto misterio debido a la escasez de textos escritos. Sus creencias más primitivas se centraban en la adoración de elementos naturales: cuevas, manantiales, cerros y bosques eran considerados espacios sagrados donde moraban fuerzas sobrenaturales.
Creían en una diosa principal asociada a la fertilidad, la agricultura y la protección,
Los animales sagrados ocupaban un lugar destacado. El toro simbolizaba la virilidad y la fuerza; el lince estaba vinculado al mundo de los muertos; los buitres transportaban las almas de los guerreros caídos hacia el mundo divino; el jabalí representaba el inframundo, mientras que el lobo encarnaba lo salvaje frente a la civilización.

Practicaban la incineración como rito funerario. Las cenizas se depositaban en urnas de cerámica decoradas, junto con un ajuar funerario que incluía armas, joyas y objetos personales. Sobre las tumbas se construían túmulos de diversas dimensiones, siendo los más elaborados reservados para las élites aristocráticas.
Los santuarios eran lugares fundamentales de la vida religiosa. Las sacerdotisas gozaban de gran prestigio social, actuando como intermediarias entre el mundo humano y el divino.
Temible pueblo guerrero
La sociedad ibérica estaba fuertemente jerarquizada. En la cúspide se encontraba una aristocracia guerrera que controlaba el poder político y militar. Los reyes o jefes tribales actuaban como líderes tanto en tiempos de paz como de guerra, apoyándose en una clase de guerreros profesionales unidos a ellos mediante vínculos de lealtad personal.

Eran reconocidos como un pueblo guerrero. Sus tácticas se basaban en la guerrilla, las emboscadas y las incursiones rápidas, aprovechando su conocimiento del terreno montañoso. La caballería ilergete era especialmente temida, sus jinetes podían desmontar para luchar a pie cuando convenía y volver a cabalgar para retirarse rápidamente.
Belicosas tribus enfrentadas
Practicaban la guerra tribal de manera habitual, ya fuera para defender su territorio, conseguir botín o resolver disputas con pueblos vecinos Competían por el control de territorios, recursos y rutas comerciales. Estas tensiones se manifestaban en escaramuzas fronterizas, saqueos ocasionales y alianzas cambiantes.

Sin embargo, frente a amenazas externas, los pueblos ibéricos demostraron capacidad para formar coaliciones defensivas. La necesidad común de enfrentarse a invasores foráneos podía superar temporalmente las rivalidades locales, aunque estas alianzas raramente duraban más allá de la crisis inmediata.
Luchas y resistencia. Cartagineses y romanos
El destino del Somontano ibérico quedó sellado por dos grandes potencias mediterráneas que lucharon por el control de Hispania: Cartago y Roma.
Dominio cartaginés
En el siglo III a.C., los cartagineses, liderados por la familia Barca, expandieron su dominio sobre amplias zonas de la península ibérica. Los ilergetes mantuvieron inicialmente relaciones pragmáticas con los cartagineses, participando en ocasiones como mercenarios en sus ejércitos. La destreza de los guerreros ibéricos, especialmente su caballería e infantería ligera, los convertía en tropas muy valiosas.
La Segunda Guerra Púnica (218-201 a.C.)

El gran conflicto entre Roma y Cartago transformó la península ibérica en un campo de batalla crucial. Los ilergetes jugaron un papel destacado bajo el liderazgo de dos caudillos legendarios, Indíbil y Mandonio. Estos líderes demostraron una notable habilidad política, cambiando de bando entre cartagineses y romanos según les convenía, en un intento de preservar la independencia de su pueblo.
Inicialmente aliados de Roma, Indíbil y Mandonio se rebelaron posteriormente, aspirando a controlar gran parte de Hispania. En el año 206 a.C., levantaron a su pueblo e incitaron a los celtíberos a la rebelión, saqueando incluso los campos de los sedetanos, que eran aliados de Roma. Sin embargo, las legiones romanas resultaron ser un enemigo demasiado poderoso.
La conquista romana
Tras la derrota cartaginesa, Roma volcó sus esfuerzos en someter completamente Hispania. Los ilergetes todavía se sublevaron en el 195 a.C., pero fueron definitivamente sometidos por el cónsul Marco Porcio Catón, quien dispuso la demolición de fortificaciones y la reorganización del territorio.

Romanización del Somontano
Pese a la violencia inicial de la conquista, la romanización del Somontano fue un proceso relativamente rápido y exitoso. Los romanos no buscaban simplemente dominar, sino integrar a las poblaciones conquistadas en su imperio.
Los ilergetes adoptaron progresivamente las costumbres romanas. Las élites locales se integraron en la administración imperial, sus hijos aprendieron latín y las antiguas deidades ibéricas fueron identificadas con dioses romanos en un proceso de sincretismo religioso. La arquitectura también cambió, las antiguas fortificaciones fueron sustituidas por edificios públicos al estilo romano, con foros, termas, teatros y templos.
La economía se intensificó bajo dominio romano. Se introdujeron nuevos cultivos como la vid para la producción de vino a escala comercial, se mejoraron las técnicas agrícolas, se construyeron calzadas que facilitaban el comercio y se explotaron más sistemáticamente los recursos mineros de la región.
Un territorio con memoria
Cuando uno se detiene en un cerro del Somontano, quizá un mirador junto a un olivar, una loma cubierta de carrascas, un cabezo que domina un barranco, y escucha el silencio, es fácil imaginar aquel mundo antiguo.

Los iberos del Somontano, fueron mucho más que un pueblo prerromano perdido en la bruma del tiempo. Fueron constructores de ciudades, acuñadores de moneda, agricultores prósperos, guerreros temibles y comerciantes hábiles que supieron aprovechar la posición estratégica del piedemonte entre la montaña y la llanura.
El Somontano es un recuerdo silencioso de una civilización que sentó las bases antes de que Roma reescribiera el mapa. De la fusión entre lo ibérico y lo romano nació la cultura hispanorromana que sentó las bases de nuestra identidad actual.
Y aún, en alguna loma poco transitada, los ocultos oppida de nuestros antepasados siguen guardando secretos que un día saldrán a la luz.


Que lección de Historia para mi desconocida