Los juegos en los 50
- A. Sampietro
- 27 jun
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 21 ago
Marzo 2025
Los juegos son una parte muy importante en la educación de los niños, contribuye a su desarrollo emocional, enseña a convivir con los demás de cara al futuro y es camino de aprendizaje y diversión.

Los niños de mediados del pasado Siglo XX, como no había llegado todavía la televisión ni el teléfono y nuestros padres no disponían de mucho dinero para comprarnos juguetes, nos los teníamos que fabricar nosotros a base de imaginación y fantasía. Entre otros voy a tratar de describir algunos de ellos.
El trabuco: Consistía en un trozo de palo de sabuco (sauco) un poco recio y palmo y medio de largo, se vaciaba el interior y se introducía una boleta de cáñamo en una punta, otra boleta en la otra y al empujar con un palo una de ellas por la compresión del aire la primera salía lanzada produciendo una pequeña explosión.
El aro: También le llamábamos la rueda, aprovechábamos los anillos del culo de los pozales metálicos o valdes viejos y con una varilla metálica que era el asa del pozal una vez enderezada hacía de guiador. Este juego era uno de los preferidos, hacíamos kilómetros corriendo detrás de la rueda. Yo tenía uno que era la tapa de un bidón con un agujero en el centro y como era todo metálico por la calle hacía mucho ruido.

El tirador o tirachinas: Buscábamos alguna rama de cualquier árbol que tuviera una forcaña, (horquilla) la cortábamos en forma de Y a cada lado una goma con un trozo de cuero en los extremos donde se ponía la piedra a tirar. Hacíamos puntería en alguna hojalata colgada de la pared.
El arco y flechas: Una vara que fuera flexible, se ataba una cuerda en cada extremo y a tirar de ella con la otra mano cogiendo la flecha que era una caña, al soltar la mano la caña salía lanzada, con eso jugábamos a los indios. Por Io

La honda: Dos cuerdas, en uno de los extremos se ataba un trozo de cuero donde se colocaba la piedra a lanzar, una de las cuerdas se enrollaba fija en la mano y la otra quedaba libre, se empezaba a dar vueltas con el brazo de arriba abajo lateralmente y cuando se abría la mano y quedaba la otra cuerda libre, por la fuerza centrífuga la piedra salía lanzada lejos hacia adelante. Con esto dice la Biblia que David mató al gigante Goliat de una pedrada en la frente.
La moto: Consistía simplemente en una caña que nos poníamos entre las piernas con otra más corta que hacía de manillar, corríamos por la calle y el que llevaba la caña más larga era el que mejor moto tenía.

Estos eran los juguetes más comunes pero cada uno nos podíamos inventar otros. Algunos con una lata de sardinas y una cuerda tiraban de ella como si de un carro se tratara. Yo me hice un tractor de madera con remolque de artesanía pura, como herramientas una sierra de carpintero, una navaja, una barreneta para madera y unos clavos. Me dolió mucho que se perdiera cuando me fui de Radiquero. El único que tenía bicicleta era mi vecino José Vicente y tenía el freno roto, para frenar se ponía el pie en la rueda trasera haciendo de zapata, un día me la dejó para dar una vuelta por la plaza, empecé a bajar por la calle, no supe poner el pie como había que ponerlo y me lancé a toda velocidad con tan buena suerte para mí que en la placeta de Ayerbe había un montón de arena fina que habían descargado hacía poco para alguna obra y me fui directamente hacia ella, se clavó la rueda y me tiré de lado al montón, como era arena fina no me pasó nada. Creo que mi ángel de la guarda había puesto el montón allí porque si sigo bajando por la calle los Porches no sé dónde y cómo hubiera terminado.

Además, teníamos los juegos colectivos en los que participábamos casi siempre chicos y chicas. Fuera de las horas de escuela pasábamos la vida en la calle, aunque algunos teníamos que ir a pajentar algún rato una cabra con algunos corderos.
Jugábamos al corro las patatas posiblemente el más infantil. Otros juegos eran: El escondite; Policías y ladrones; La peonza; Carreras de sacos; Veo veo qué ves; Las chapas de botella; Ay María (éste en cuaresma); El pañuelo (el primero que lo cogía salía corriendo y el otro le perseguía); Galgo u liebre (terminabas con la oreja escocida de los tirones que te pegaban); La rayuela (cuadros pintados en el suelo que se recorrían a la pata coja); Pitos o canicas (gua, chiva, pie, tute, matute, caste, recaste y gua); Churro media manga u manga entera (salías molido de la espalda si te tocaba estar debajo).

En el tiempo de coger almendras jugábamos al castiller, (se ponían tres almendras y con otra más gorda se hacía rebotar en una pared y desde donde caía tirabas y si estozabas el castiller te llevabas las almendras para ti, si tenías buena puntería llegabas a casa con la pocha llena, casi siempre jugábamos entre las paredes de casa Bertolo y el desaparecido horno de pan); Monte Aragón es mío (en la era de Arroca casi siempre había un montón de fiemo, el primero que llegaba arriba no dejaba subir a los demás); León furioso (alrededor del árbol de la placeta); El moscallón (te tapabas con una mano un ojo y la otra la ponías por debajo del sobaco hacia el mismo lado con la palma hacia atrás, te pegaban con la mano abierta y cuando te volvías tenías que adivinar quien había sido, los demás para despistarte con el dedo índice levantado hacia arriba haciéndolo girar e imitando el murmullo del moscallón. Siempre había algún bruto que te pegaba un viaje que te hacía tambalear). En el frontón jugábamos a pilota, éstas eran duras no como las de frontenis de ahora algunas veces se nos hinchaba la mano como un botico, las hacía Manolo Gorgonio con goma de cámara de bicicleta, lana y forro de cuero, en eso era un maestro.

Otro juego muy popular era La comba, podía ser individual, saltabas al mismo tiempo que le dabas al ramal, o en grupo, uno en cada extremo del ramal y los demás entrabas de uno en uno por una punta y por la otra se iba saliendo también de uno en uno a veces le daban tan deprisa que te obligaba a saltar muy rápido. Al mismo tiempo se entonaban canciones como “el cocherito leré me dijo anoche leré” “mambrún se fue a la guerra” “donde están las llaves matarile rile rile” “al pasar la barca me dijo el barquero” “la torre en guardia no se destruirá”, y algunas más.

Al futbol jugábamos en la plaza con balones de goma, para poder comprarnos uno de reglamento hicimos una colecta por el pueblo y los que más nos apoyaron fueron especialmente los hombres mayores, a través de los años transcurridos te das cuenta y emociona la solidaridad que había en aquellos tiempos, todos querían que tuviéramos nuestro balón.

Los domingos por la tarde íbamos a jugar a la faja de Cascaro de Villacampa, en ocasiones se organizaban partidos contra Alquezar, Adahuesca, Colungo, una vez en un choque fortuito con un chico de Alquezar me di un golpe en el pecho y estuve mucho tiempo que me dolía, especialmente cuando íbamos a nadar a la balsa, debía ser por el agua fría, cuando lo dije en casa mi hermano José me echó una bronca por no haberlo dicho antes. No me acuerdo bien, pero creo que poco a poco se me fue curando solo.

Con las cartas de la baraja jugábamos al “tonto” perdías si llevabas el orón (as de oros) y también a “sopas” ibas tirando cartas y si salía la que tú cantabas te las llevabas todas y perdías. Con la baraja jugábamos al guiñote muchas veces con mi amigo Antonio Berges mano a mano cuando íbamos a pajentar corderos a las Balsas, las Iglesias, Planobajo y otros campos, la baraja era muy vieja y muchas cartas marcadas, pero no teníamos dinero para comprar una nueva. Yo pasaba la semana con una peseta que me daba el cura por ayudarle a decir misa los domingos. Con Manolo Subías que era el otro escolano le pedimos que nos aumentara el “sueldo” pero no me acuerdo si nos lo concedió o no.

En la escuela teníamos una caja de juegos reunidos Geyper y le sacábamos mucho partido, estaba el parchís, la oca, la gran carrera, en busca del tesoro, tres en raya, el dominó y otros más. También teníamos el Cine NIC, un pequeño proyector de color verde y una bombilla dentro, con una pequeña manivela se pasaban manualmente unos rollos de películas infantiles que se proyectaban en la pared, cine mudo por supuesto.

Las chicas también tenían sus juegos propios de ellas, yo lo que recuerdo son las muñecas recortables en papel y les ponían diferentes vestidos que sujetaban con unas pequeñas solapas. Los domingos por la tarde en el mes de mayo iban a la Iglesia a llevar flores a la Virgen y recitaban poesías como por ejemplo “como soy tan pequeñita y tengo tan poquita voz solo me atrevo a decir viva la madre de Dios” y algunas otras.
Los chicos después de la fiesta jugábamos a la orquesta. Durante más de veinte años estuvo viniendo la orquesta Columbia de Estadilla y los músicos eran ya como de la familia. El víspera salíamos a la carretera a esperarlos y cuando llegaban con una furgoneta grande y los instrumentos en la baca subíamos corriendo detrás de ellos hasta el salón (ahora es el bar) para ayudarles a descargar, a continuación ya hacían un pasacalles como principio de la fiesta. Estaban los tres días que duraba, dormían repartidos en algunas casas que se pagaban con los gastos generales de la fiesta, las comidas y las cenas cada mozo se llevaba a su casa dos músicos en riguroso turno, en algunas casas en aquel entonces podía haber dos mozos o más con lo que ese día casi se llevaban toda la orquesta a comer o cenar.

Pasada la fiesta montábamos nuestra orquesta en la branquillera de la puerta de casa Cazcarra (ahora casa Berges), cada uno teníamos nuestro instrumento y músico preferido, los instrumentos eran una caña para la trompeta y saxofón, una lata o cazuela para el tambor y para el resto cualquier cosa que se pareciera, con la boca imitábamos el sonido de cada uno de ellos, dejábamos de ser nosotros y nos convertíamos en el músico que habíamos elegido: Gerardo Perna (saxofón pequeño), Antonio Lázaro (saxofón grande), Fidel Peirón (contrabajo, nosotros lo llamábamos guitarrón), Señor Mora (acordeón), Betorz (trompeta), Fernando Badia (director, trompeta y violín), Antonio Latorre (vocalista). El problema lo teníamos en que todos queríamos ser Juaquinito que era el que tocaba el tambor el instrumento que más nos gustaba, pero lo solucionábamos haciéndolo uno cada día. Un año la Columbia vino con dos chicos jóvenes, que se llamaban el dúo Robin, cantaban y tocaban con guitarras eléctricas, algo que nunca habíamos visto.
Posiblemente pueda haber algún otro juego que no recuerde, pero lo cierto es que nos entreteníamos con cualquier cosa.
Este relato está hecho desde los ojos y la ilusión de un niño que durante ocho años de su estancia en la escuela vivió y participó en estos juegos y otros acontecimientos propios de la época. No digo que aquellos tiempos fueran mejores o peores que los de ahora, simplemente diferentes. Lo que sí puedo afirmar es que con muy poco creo que éramos felices.

Excelente relato para que no se pierda en con paso del tiempo
👍❤️
Me recuerda mucho mi infància en Masnou Puebla en el que veranee
Anna
Magnifico relato de los años 50, Felices memorias en tiempos duros
Gracias por compartirlos.