Nuestra historia
- T. Delàs
- 27 dic 2024
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 24 mar
Durante los primeros años después de su construcción, la casa no tiene una historia especial, los propietarios don José y doña Antonia, ayudados por su padre ya mayor, llevaban una vida tranquila, con mucho trabajo, ocupados en cultivar las tierras y educar a sus hijos.
Era aún de noche cuando se preparaba una comida consistente para los hombres de la casa y los jornaleros que tenían que ir al cultivar las tierras. Al alba, después del copioso almuerzo los hombres marchaban a trabajar los campos y las mujeres se quedaban cuidando los niños, la casa y los animales.

Aún había tiempo cuando se hacía oscuro para sentarse en las cadieras cerca del hogar para comentar la jornada y contar historias a los niños.
Lamentablemente, Don José murió a los pocos años y doña Antonia, ayudada por el tío Joaquín, su cuñado soltero, tuvo que hacer frente a la situación manejando con dulce mano de hierro a los jornaleros y a los compradores de las cosechas y ocupándose del buen gobierno y la economía de la casa en general.
Vino la guerra española y la casa vivió momentos inciertos cuando llegaron pelotones de otros pueblos intentando ocupar la casa y llevarse a quienes no eran de su bando. Intentos que fueron detenidos con sensatez, firmeza y víveres por doña Antonia y otras personas influyentes del pueblo.
Afortunadamente ni en Radiquero, ni en Alquézar se tuvieron que lamentar episodios violentos.
Más tarde la casa vio marchar al frente a los dos hijos mayores y el regreso de uno solo de ellos.

Ya después de la Segunda Guerra Mundial, debido a su posición aislada la casa sufrió una noche azarosa; un sargento de la guardia civil que iba a Adahuesca en el coche de línea oyó hablar a otros pasajeros sobre los maquis que se descolgaban de las montañas en busca de provisiones.
Ya entrada la noche, llamaron a la puerta y apareció el sargento con varios guardias. Mandaron a la familia a esconderse en la bodega y se apostaron en las ventanas de la falsa. Al cabo de un tiempo se oyeron pasos de gente que se acercaba y los guardias dispararon al aire para ahuyentar a los supuestos maquis. Se cree que en su huida algunos jóvenes del pueblo les ayudaron y les suministraron algo de pan. Aún más tarde llamaron de nuevo a la puerta y uno de los maquis se entregó. Ya de madrugada apareció un pelotón del ejército cuyo teniente quería llevarse al prisionero a “dar un paseo”, cosa que fue evitada por la firmeza y sensatez del sargento y de doña Antonia.
Finalmente la guardia civil se llevó el maqui a Huesca. Como anécdota y colofón de la historia está el hecho de que el maqui entregó a escondidas el reloj que llevaba a la hija pequeña de la familia, María Teresa.
Meses más tarde llegó una carta en la que el maqui les contaba que estaba en la cárcel de Huesca, les daba las gracias y les pedía que le devolvieran el reloj. La familia se tranquilizaron y se alegraron de que el hombre siguiera vivo, le enviaron de vuelta el reloj, y nunca más supieron nada de él.
Restablecida la normalidad la casa vivió años de recuperación económica con el trabajo cotidiano del cultivo de las tierras.
El hijo que quedaba se casó y se fue a vivir a Barbastro, para gestionar las tierras y otros negocios de su mujer.
Las hijas también se casaron y, aunque volvían a menudo, tenían su propia familia de la que
ocuparse.
Y Doña Antonia y el tío Joaquín, cada vez más mayores, se quedaron solos.
La casa siempre estuvo abierta a todo el que pasaba y quería entrar. Los vecinos eran siempre bien acogidos. Durante mucho tiempo fue la sala de espera de facto de los coches de línea. Para esperar al autobús que paraba al raso a pocos metros de la casa, las personas del pueblo entraban a la cocina para resguardarse del frío en invierno y del calor en verano y aprovechaban para intercambiar noticias. Desde los ventanales del Sur se veía cuando el coche salía de Adahuesca y entonces había tiempo más que de sobra para salir y subir.
También servía como estafeta ya que cuando el coche venía de Barbastro y de Huesca los chóferes, dejaban en la casa las sacas con las cartas y los encargos que les habían hecho y que luego recogerían el cartero o las personas indicadas.
Ya con menos quehaceres, doña Antonia se sentaba a menudo en el banco que había en la puerta y veía pasar a los vecinos, muchos de los cuales se sentaban un rato a comentar las noticias de Radiquero y los pueblos cercanos. Aún la recuerdan allí sentada vestida de negro y con un pañuelo también negro en la cabeza.
Y, con la caída de la agricultura de la zona, la casa perdió poco a poco su función fundamental. Se arrendaron las tierras y doña Antonia y el tío Joaquín se quedaron solos, con la compañía en vacaciones de los nietos que estaban estudiando en la ciudad y donde más tarde se quedarían trabajar y formarían su propia familia lejos de Radiquero.
Y cuando ellos se murieron la casa se quedó prácticamente deshabitada excepto algunos períodos estivales en que llegaba María Teresa, la hija de doña Antonia, con los biznietos y la casa se volvía a llenar de vida y alegría.
Pero, al hacerse mayor María Teresa, estos períodos eran cada vez más cortos y finalmente casi testimoniales. Y la casa, sin risas infantiles, ni utilidad específica, se fue deteriorando provocando un sentimiento de melancolía y tristeza a los hijos de María Teresa y a los habitantes del pueblo. Por todas estas razones y el amor de los hijos a la casa, éstos decidieron, hace muy pocos años, restaurarla y darle una razón de ser.
Se ha llevado a cabo un trabajo inmenso de restauración, con mucha dedicación, esfuerzo, recursos y cariño.
Manteniendo la estructura original se han reforzado cimientos, pilonas, vigas y forjados. Se ha rediseñado todo el interior para convertirla en un alojamiento rural de calidad, tranquilo y
confortable, en armonía con el medio natural, con apartamentos luminosos, cómodos y
completamente equipados. Y lo que antaño eran el huerto, la era y el corral de los animales se ha convertido en jardín, aparcamiento y zonas de recreo.
Y ésta es nuestra historia. El biznieto de don José y doña Antonia es ahora el anfitrión. Y la casa, para alegría de sus propietarios y vecinos, vuelve a tener vida con huéspedes que disponen de un alojamiento de calidad, apacible y confortable, en armonía con el entorno, donde pueden descansar sin ningún ruido, sentarse en la terraza o el jardín a tomar el sol, desayunar, hacer el aperitivo o cenar, y disfrutar de paz y tranquilidad con las maravillosa vistas de los campos de encinas y olivos y de la sierra de Guara.

Gran trabajo de restauración con importantes gastos para mantener y crear un espacio,respetando lo que había, para compartir por los vecinos y los usuarios de esta casa rural donde siempre eres bien recibido con el cariño de esta familia .