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Doña Antonia

Mayo 2025

Imagen de Salas Altas en Guara-Somontano

Doña Antonia, entonces solamente Antonia, era la pequeña de cuatro hermanos de la casa Altemir de Salas Altas. Su hermana mayor, María, se casó con un viudo joven con un hijo, José Lascorz de Radiquero. María murió al poco tiempo dejando dos hijos, Vicente y Aurora

Como era habitual en aquellos tiempos, Antonia se trasladó a Radiquero para cuidar de su cuñado y los niños.  Y como también era habitual, al poco se casó con José. Tuvieron dos hijos, María Teresa y Joaquín que murió prematuramente.

José y Antonia vivían en Los Meleses, en la que entonces era Casa Lascorz, en la parte alta de Radiquero. Aunque no se podría decir que eran ricos, tenían un estatus razonable, eran lo que antes se llamaba “una casa buena”.

La vivienda de los Meleses era bastante grande, poseían varios campos en los que cultivaban mayoritariamente cereales, también tenían almendros, algunas viñas y olivos con los que elaboraban su propio vino y aceite, tenían un huerto y animales de granja, conejos, gallinas, cerdos, caballerías, carros y aperos de labranza e incluso más adelante  se compraron un camión. 

Almendros en flor en Radiquero, Guara-Somontano

Trabajadores y emprendedores, pronto se encontraron con la dificultad de que las caballerías o el camión subieran hasta los Meleses. Y decidieron construir una nueva casa, más adecuada a sus necesidades, en la parte baja del pueblo junto al camino real. Fue una tarea ardua que les costó un esfuerzo económico importante pero pusieron toda su ilusión en ello.

Fotografia antigua de Radiquero con la casa Lascorz en primer plano

Lamentablemente, Don José se murió con la casa apenas terminada y doña Antonia se quedó sola al cuidado de la casa, los niños y las tierras, con la sola ayuda de Joaquín, su cuñado soltero.  Desde aquel momento, vistió siempre de negro.

Mujer de carácter, sin amilanarse, se hizo con las riendas de todo. Tuvo que hacer frente a la situación manejando con dulce mano de hierro a los jornaleros y a los compradores de las cosechas  y ocupándose del buen gobierno y la economía de la casa en general. Un poco más tarde tuvo que enfrentarse a los avatares de la guerra.

Monárquica convencida, mantenía correspondencia con el rey, Alfonso XIII. Es una lástima que se hayan perdido las cartas.

Imagenes de l guerra civil española

Llegó la guerra y los dos hijos tuvieron que marchar al frente.

Llegaron a Radiquero piquetes radicales buscando curas y ricos.  Por suerte la firmeza, serenidad y suministro de víveres por parte del entonces alcalde del pueblo y de Doña Antonia los frenaron y se marcharon sin que se tuvieran que lamentar incidentes cruentos que si ocurrieron en pueblos cercanos.

Profundamente católica, cuando supo que en Alquezar tenían escondidos a dos curas, mandaba periódicamente cestas de comida a las familias que los tenían en sus casas. Loable la actitud de Alquezar que lograron esconder a dos sacerdotes durante toda la guerra a pesar de que todo el mundo lo conocía.  Como guardar un secreto en un pueblo pequeño donde todos saben lo que pasa en casa de sus vecinos?

Acabó la guerra y solo regreso el menor de los hijos. Más tarde, ya con la paz, hubo noches azarosas entre maquis y guardias civiles pero esto está contado en otro post, “Nuestra historia”

La actividad en la casa era frenética. Doña Antonia se levantaba antes del alba y apuraba a todo el mundo para que se encendiese el fuego, se preparase el almuerzo de los hombres de la casa y los jornaleros y se atendiese a los animales.

judias con chorizo, un almuerzo consistente

Cuando los hombres se marchaban después de un copioso desayuno, un pequeño descanso y a seguir con las labores de la casa, cuidar los niños y los animales y preparar la comida que se llevaba luego en cestas a los hombres que estaban trabajando las tierras.

Muy dura era la agricultura en aquellos tiempos, jornadas de sol a luna, y cuando regresaban por la noche no terminaba la jornada, había que recoger a los animales, y preparar el dia siguiente.

tareas del campo en la primera mitad del siglo XX

En invierno a “aventar las olivas” y en otoño a “escoscar las almendras” que se hacía en el patio de la casa y que para los niños no dejaba de ser una pequeña fiesta. Y después, eso si, la cena que con doña Antonia era muy buena y abundante.

De la dureza de la siega, el acarreo de los fajos y la trilla lo dejamos para otro post.

Vicente y Aurora se casaron y se fueron de casa Lascorz.  Y Doña Antonia con la ayuda de Joaquín sostuvieron durante años la hacienda, llevando la casa, las tierras, los animales y las cosechas.

Joaquín, su cuñado, era un gran labrador y muy buen cazador, callado, tímido y nada fiestero,  vivía feliz en la casa y aunque le salió alguna novia, la cosa no cuajó. Fue un hombre trabajador, honesto y fiel a la casa y a la familia.

No dejo que su hija pequeña se fuera a  la ciudad a estudiar.  María Teresa era la princesita de la casa desde los tiempos de su padre.  Ella hubiera querido estudiar y ser bibliotecaria o maestra, pero, a pesar de que su tía Pabla podía acogerla en  Huesca, doña Antonia, aludiendo a los peligros de la ciudad, no la dejo marchar. Quería retrasar el día ineludible en que su hija se marcharía y ella se quedaría sola, como ocurrió más tarde. Era, además, de lista, muy guapa y presumida.  Algunos recuerdan aún lo bonita que estaba cuando fue mairalesa. Se casó con el secretario del ayuntamiento, guapo y joven y el trabajo de él la llevó a pasar largos períodos en otros pueblos del Alto Aragón y las Rigaborzas catalanas lejos de casa Lascorz.

Y ella y Joaquín siguieron siendo el puntal de la propiedad, manteniéndola siempre como una casa abierta que a menudo ejercía las veces de sala de espera del autobús o de estafeta de correo y en la que todo el que necesitaba ayuda o cobijo era atendido.

Cuando la gente de Radiquero y San Pelegrín tenían que coger el coche de línea a Barbastro o a Huesca solían entrar en la casa para calentarse y echar la charrada mientras esperaban.

cesta con huevos frescos

Siempre tuvieron una palabra agradable. Su generosidad es digna de resaltar, siempre tuvo su cesta con huevos, verduras del huerto y algún pollo o gallina para ayudar a quien lo necesitase.

 Digno de contemplar era a Doña Antonia con sus gallinas, siempre tenía dos cluecas con sus pollitos por la carretera sueltos ya que apenas pasaba algún coche y vaya “genio” que tenían aquellas gallinas.

Capilla de San Jose en la iglesia de Radiquero, Guara-Somontano

Algunas familias tenían su propia capilla en la iglesia, cuya construcción habían sufragado en su momento. Ella la mantenía con devoción y esmero particularmente a su patrón San José. Es de destacar que durante la guerra, unos energúmenos robaron de la iglesia los objetos de valor de la misma y los escondieron en un pozo, Doña Antonia, jugándose la vida, fue por la noche y pudo recuperar el San Jose y el Niño Jesús restaurado muchos años después por su nieta y que actualmente está de nuevo en la capilla de San Jose. También se recuperaron las columnas que sostenían al Santo.

Era una mujer muy culta, que en aquellos tiempos, ya leía periódicos.

 Seguía diariamente la Misa por radio y el cura le daba la comunión en casa. Después tomaban un vasito de vino rancio que ella preparaba a partir del mosto.

Siempre tuvo un gran amor por sus hermanos  y por Salas Altas donde se había criado.

También recordaba con entusiasmo la Romeria del Pueyo y como bailaba la jota.

Monasterio del Pueyo, cerca de Barbastro. Guara-Somontano

Su mayor alegría era los períodos en los que volvía María Teresa con los nietos a los que ella y Joaquín tuvieron la suerte de ver crecer y de inculcarles sus principios y el amor por la casa y por la tierra.

Solo tenía miedo a las tormentas que eran muy peligrosas en una zona donde no había pararrayos.  Recogía las imágenes de los santos que había en la casa y algunas velas, reunía a los niños y a todos los que estaban y los llevaba a refugiarse a la bodega del sótano, donde rezaban el rosario, preocupados por los hombres que estaban en el  monte.

Relampago sobre el jardin de la casa Lascorz . Rad Icarium

 Y aún algunos la recuerdan vestida de negro, sentada en el banco en la puerta, viendo pasar a sus vecinos, que las más de las veces se quedaban un rato compartiendo con ella las noticias de los alrededores.

Ya era mayor cuando una gripe inesperada acabó con ella. Se apagó suavemente como una vela que se agota, en silencio y sin sobresaltos, como había sido su vida, dejando tras sí el rastro de una vida con un trabajo bien hecho.

Banco de madera ahora vacio

 

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